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Clonación, Genética y Complejo de Prometeo

Recientemente hemos asistido a la publicación de diversas noticias sobre clonación y utilización de células madre. Entre otras noticias, por ejemplo, se nos ha dicho que han clonado los primeros perros y que se han obtenido células pulmonares y nerviosas a partir de células madre. NeoFronteras ya se ha referido a algunas de ellas. En esta editorial vamos a analizar los condicionamientos morales y éticos de este tipo de técnicas.
Recordemos primero que las células madre, presentes en todos los embriones, pueden de manera natural producir todo tipo de células especializadas, pero en la edad adulta prácticamente desaparecen. Incluso algunas de estas células una vez especializadas dejan de reproducirse, como pasa con las células nerviosas, siendo casi imposible la regeneración del tejido dañado.
La primera consecuencia importante que extraemos de este hecho es que hemos de encontrar fuentes de células madre para utilizarlas en futuras terapias, pues en el organismo adulto no están prácticamente presentes.
Si utilizamos células ajenas al organismo para hacer un transplante de este tipo podemos observar que no prospera debido a los problemas de rechazo, por ser genéticamente diferentes. Sólo las células con los mismos genes que el paciente son aceptadas sin problemas.
Pero la única vía que conocemos para obtener células 100% compatibles es la clonación o técnica de transferencia nuclear, en la que un óvulo es despojado de su ADN y en su lugar se introducen los genes del paciente.
De este modo, una hipotética terapia avanzada de clonación terapéutica de este tipo necesita realizar cuatro pasos: clonación con los genes del paciente en un óvulo desprovisto de carga genética, obtención de células madres a partir del embrión creado, diferenciación de las células para obtener las que necesitamos y transplante de las células especializadas obtenidas.
La clonación terapéutica no trata de crear clones humanos como ya los hay de ovejas, gatos, perros y otros animales. No se gana nada, salvo mala prensa, y se producirían muchos embriones e individuos defectuosos y con problemas. Además, este tipo de técnicas tiene un porcentaje de éxito muy bajo. Todo esto hace que sea algo que nadie está dispuesto a aceptar. Así que, de momento, olvidemos la clonación como técnica reproductiva, queda descartada.
La clonación terapéutica es otra cosa, trata de que a partir de este embrión obtenido por transferencia nuclear podamos disponer de células madre con las que crear una línea celular genéticamente compatible para un trasplante que remedie una enfermedad.
Conseguir por ejemplo, como se ha hecho hace unos días, células nerviosas a partir de células madre (también llamadas “células troncales”) es un gran logro. La utilización de estas células para transplante celular es la única vía posible de curación que podemos vislumbrar para los enfermos de paraplejia, de Parkinson, de Alzheimer, etc.
Como no hay nada gratis en este mundo, hay que pagar un precio, y en este caso es el de la destrucción del embrión clonado. Nadie se opone, de entrada, a la utilización de células troncales en si misma, se oponen a la obtención de estas células mediante la destrucción de embriones por considerarlo éticamente reprobable.
Qué es éticamente bueno o malo depende de cada uno, de la sociedad y de la religión. Si toda una sociedad cree que algo es malo entonces no hay conflicto, pues a raíz de esa unanimidad se puede legislar sin problemas.
Las dificultades surgen cuando algunos ven discutible la supuesta maldad de estas prácticas, sobre todo como cuando no afecta a terceros y beneficia a los enfermos.
En este caso de la clonación con fines terapéuticos vamos a ver que, en todo caso, su supuesta malignidad es discutible.
¿Qué es lo que define a un ser humano? ¿Su cuerpo? ¿Sus genes? ¿Qué es vida para un ser humano? Supongamos que alguien tiene un accidente y su cerebro se muere mientras su cuerpo sigue viviendo. En estos casos lo tenemos muy claro, y asumimos que la persona ha muerto. En el caso contrario intentaremos a toda costa mantener el cuerpo con vida si hay actividad cerebral, porque sabemos que es ahí donde reside la consciencia y todo lo que de hecho es una persona.
Un ser humano que este sufriendo por alguna enfermedad (a veces mortal) tiene su historia, sus emociones, sus recuerdos, su personalidad, y está más viva como persona que cualquier puñado de células, por muy proyecto de ser humano que sea. Incluso llevados a un extremo, si hay que elegir un mal menor, mejor salvar a esta persona aunque sea a costa de un embrión. Aunque, naturalmente, esto es también discutible. Pero ese es el nudo de la cuestión.
Que un manojito de células indiferenciadas obtenidas por transferencia nuclear sea o no un embrión exactamente como lo es cualquier otro es discutible, y que sea una “persona” lo es aun más. Que sea moral o no su utilización con fines médicos es también discutible. Y cuando se dice que es discutible no se afirma que sea bueno o malo, correcto o incorrecto, simplemente se dice que está sujeto a la opinión de cada cual, o al código ético y moral de cada uno.
Intentar imponer a toda la sociedad una prohibición, restricción al uso, o incluso a la investigación (como hizo el presidente Bush en EEUU) de este tipo de técnicas por consideraciones religiosas es absolutamente injusto para los que no poseen el mismo código moral.
Lo lógico es legalizarlo y que cada uno, llegado el caso, juzgue si debe o no utilizar este tipo de tratamientos en función de su código moral. Así, si uno cree que no es ético que se utilice en él este tipo de tratamientos entonces tienes el derecho de que le dejen morir, pero no a obligar a los demás a tomar la misma decisión simplemente porque se crea en posesión de la verdad absoluta.
Entonces ¿Por qué hay este conflicto? ¿Estamos viviendo un repunte de los radicalismos religiosos de todo signo? Quizás sea algo más psicológico.
Por un lado, el descubrimiento de este tipo conocimiento nos coloca un poco más alejados de homocentrismo una vez más. No sólo la Tierra no está en el centro del Universo y el hombre proviene del “mono”. Incluso compartimos gran parte de nuestros genes con los gusanos y el 99% con el chimpancé. Nos quitan la divinidad de la que se supone estamos hechos, esa hechura a imagen y semejanza de Dios. Estamos hechos de la misma sustancia ordinaria que el resto de los seres vivos, y esto erosiona los cimientos de cierto pensamiento religioso radical.
Pero a la vez, y por otro lado, el nuevo conocimiento, nos coloca en posición de jugar a ser Dios. Podemos manipular la vida, toda clase de vida, ya lo estamos haciendo con todo tipo de seres, y pronto incluso podremos modificar la vida humana. Se encontrarán genes ligados a la inteligencia, y se podrá cambiar esa característica que creamos que es exclusivamente humana (¿Qué escenario plantearía un mono manipulado para ser inteligente? ¿Tendría alma?). Somos conscientes de que podemos manipular (y las cosas no se desinventan) lo suficientemente los genes como para incluso cambiar al ser humano. Sabemos pues que en un futuro próximo podremos eliminar las enfermedades de origen genético de nuestro linaje y que en un futuro lejano incluso mejorar al mismo ser humano.
Se sabe que el envejecimiento forma parte de un programa genético que conduce la muerte. Se han alterado los genes de ciertos gusanos y se ha comprobado que viven de seis a ocho veces más que los naturales. Y esos genes alterados también están presentes en el genoma humano. También sabemos que hay seres que viven virtualmente para siempre. Por tanto, la muerte biológica no es inevitable.
Es concebible que en un futuro lejano el ser humano sea virtualmente inmortal. Entonces la mortalidad como condicionante de la vida habrá desaparecido. Pero la muerte es la base de toda religión, e incluso de toda trascendencia. Si asumimos esta situación, el hombre pasaría de jugar a ser dios a ser una especie de semidiós. No importa que ahora no sea posible, solamente el hecho de poder especular (con base) sobre ello ya plantea demasiadas preguntas al dogma religioso.
Y es que todo esto nos sitúa en una posición que podríamos llamar de “complejo de Prometeo”, en el que el hombre tiene miedo a intentar ser como Dios, a desafiar a los dioses y de ser castigado por ello.
Mitos no nos faltan, desde Prometeo que robó el fuego los dioses, a la torre de Babel que desafió a los cielos, pasando por el árbol de la ciencia del bien y del mal, para terminar en Frankenstein y Jurasic Park. Es siempre lo mismo, te pasas de la raya y eres castigado por los dioses, por tu soberbia y osadía. Y, al parecer, la alternativa que algunos proponen es seguir en la caverna sin plantearse nada.
Hemos de poner de manifiesto que este miedo es absolutamente irracional. Podemos creer que nosotros, en nuestra época postindustrial actual, somos seres muy racionales, pero no es así, estamos condicionados por muchas cosas estúpidas, entre ellas el pensamiento mágico. Cosa que el experto en publicidad conoce muy bien cuando nos vende un perfume con efectos increíbles.
Todavía vivimos bajo miedos irracionales, condicionantes de carácter sobrenatural que nos impiden abandonar definitivamente la caverna. Sólo hace falta analizar cuanta gente hace caso de los Horóscopos y otras pseudociencias para darse cuenta. Mientras que un teléfono del tarot sea unas 10 millones de veces más rentable que esta Web seguiremos padeciendo este tipo de carga sobre nuestra espalda.
Pero el caso es que, de todos modos, se estan planteando preguntas que las religiones, con sus sistemas de dogmas, no pueden responder, les falta flexibilidad. Así que se opta por eliminar el origen de las preguntas en lugar de intentar responderlas. Por supuesto, cabe asumir que los demás tampoco puedan contestarlas. La capacidad del ser humano de plantear preguntas ha sido siempre muy superior a su capacidad para responderlas, pero está dentro de nuestro ser el intentarlo. Negar este derecho va en contra de la esencia del ser humano.
Para concluir sólo decir que el ser humano tiene una importante dimensión moral, que la ciencia no esta exenta de problemas, y que no todos sus productos benefician al hombre. Pero hemos de ser nosotros los que tomemos las decisiones, no la mitología.
No hay marcha a tras, y en realidad no tenemos más elección que seguir adelante. La apuesta es muy alta, a todo o nada, y no podemos abandonar la mesa de juego. Podemos equivocarnos, usar mal la ciencia y que la raza humana quede borrada de la faz de la Tierra para siempre, en ese caso nos lo mereceremos, y por tanto, sería un resultado positivo para el resto del Universo, pues una especie tan destructiva y estúpida ya no causaría más daños.
En caso contrario abandonaríamos para siempre las tinieblas en las que hasta ahora hemos habitado.