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Estupidez artificial

En la serie de TV Black Mirror hay un episodio en el que se muestra un futuro relativamente cercano en el que la gente fallecida es reconstruida a través de los retazos de información que han ido dejando por ahí, incluida la procedente de redes sociales. A veces no se sabe si la realidad imita la fantasía o si es esta la que imita la realidad.

Posiblemente la creatividad sea algo escasísimo y muy difícil de alcanzar. Es curiosa la inmensa asimetría que hay entre encontrar algo nuevo y el asumirlo y entenderlo una vez encontrado, que es mucho más fácil. Quizás todo lo nuevo sea el resultado de una mezcla de ideas antiguas o quizás las ideas flotan por ahí, en el ambiente, a la espera de que alguien las recolecte como las manzanas de árbol. A veces, puede que más de uno reconozca la misma idea flotante, como en el caso de los guionistas de Black Mirror y unos investigadores del Shree Devi Institute of Technology (India).

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Shriya Devadiga y Bhakthi Shetty han estado investigando, o más bien explorando, las posibilidades de que una inteligencia artificial (IA) asuma la personalidad de un fallecido y se comunique con sus seres queridos. La idea les vino de la aplicación Replika para smartphones basada en IA, creada por Euginia Kuyda, que semeja ser una especie de persona digital.

Estos investigadores dicen que están explorando la noción de conciencia digital o de inmortalidad virtual, esa idea hipotética según la cual se puede transferir y almacenar la personalidad de un humano en una computadora y, con el tiempo, crear avatares o robots de ellos.

Replika sólo es un agente en una chat que mantiene conversaciones que se nutre de pasadas conversaciones. Estos investigadores indios proponen aplicarlo sobre un escenario para el que no ha sido diseñado y alimentarlo con toda la información digital disponible de una persona fallecida, tanto información que se pudiera heredar de ella misma como en manos de sus amigos y allegados, sobre todo procedente de antiguas conversaciones de WhatsApp y de redes sociales.

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En un arranque de estupidez supina incluso proponen embeber el sistema dentro de un humanoide con el mismo aspecto que el finado y una voz igual que pueda moverse en una radio de unos metros.

A estos dos tecnólogos les queda todavía algún resto cerebral dentro de su cráneos y al final admiten que un avatar de ese tipo nunca reemplazaría al muerto, pero que quizás podría servir a sus familiares como sistema para procesar mejor la pérdida del ser querido. A la vez, afirman que en el futuro sí podría ser una realidad tangible.

La idea de Devadiga y Shetty se encuadra dentro un marco reciente al que se le ha dado demasiado pábulo: el del transhumanismo. Además, es una consecuencia más de cierta tecnofilia que nos aqueja en este mundo moderno. Vamos a tratar de desmontar algunas premisas que son totalmente erróneas en todo este asunto.

La primera es que llamar IA a algo que no es inteligente. La inteligencia no tiene que ser necesariamente algo exclusivo de los seres orgánicos, pero a lo que ahora se llama IA no es una inteligencia, sino un sistema que simula ciertos comportamiento inteligentes. Esto es clave, la simulación de un algo, sea esto lo que sea, no es ese algo.

Las IA actuales son redes neuronales de aprendizaje. Diseñadas en los años ochenta, es ahora cuando se empiezan a usar porque se tiene suficiente potencia computacional para correrlas en una o varias CPU. Son redes neuronales, a su vez, simuladas en un computador convencional. Son entrenadas con ciertos tipos de datos en su proceso de aprendizaje. Luego son capaces de replicar la tarea que han estado aprendiendo. Son sistemas de «caja negra» sobre los que no se sabe cómo son por dentro, sólo lo que sale cuando se les administra un determinado input.

El problema es que en humanos no se sabe qué es la consciencia, ni cómo aparece ni cómo surge. Ni siquiera estamos seguros de que todos los animales carezcan de ella. Tampoco sabemos qué es la inteligencia, la creatividad o los sentimientos y, ni mucho menos, como recrearlos, aunque podamos simular algunos de sus aspectos. Pretender obtener una IA sin saber nada de ello es de estúpidos.

Incluso hay diversos tipos de inteligencia en los seres humanos. Tómese, por ejemplo, el personaje de Sheldon Cooper en The Big Bang Theory, que es capaz de describir el espacio-tiempo tiempo como un fluido en sus trabajos de Física Teórica, ser lo suficientemente inteligente como para abandonar las cuerdas y branas, pero tener nula inteligencia social.

Por no hablar de la voluntad o de aspectos como la culpa, la redención, compasión, libre albedrío, empatía…

Algunos tecnófilos creen que la consciencia aparecerá súbita y espontáneamente de la nada de modo emergente a partir de un computador lo suficientemente grande y complejo. No deja ser una gran contradicción, pues un computador está diseñado precisamente para impedir que aparezcan cosas al azar. Es una máquina diseñada y creada ex profeso para ser determinista.

La tecnología no es siempre la respuesta a todo problema. La respuesta puede ser, precisamente, incluso el uso de menos tecnología. Un mal estudiante no será mejor por usar las nuevas tecnologías de la información y comunicación. Podrá encontrar la solución a una ecuación matemática en Internet, pero no podrá apreciar su belleza.

No se entiende tanta obsesión por la redes sociales ni tanto tiempo vertido en ellas. Parece que realmente nos falta algo y que seamos un paciente más en una sociedad enferma que no busca soluciones, sino consuelos, virtualidades en una vida carente de experiencias reales y significado. Allí podemos pretender lo que no somos, presumir de lo que no tenemos, mostra nuestras posesiones o vociferar nuestra ideología. No parece que pensemos o meditemos, sea sobre el mundo o sobre nosotros mismos. Vamos a ver, si lo que vas a decir no merece la pena, ¿por qué no te callas y así reduces el ruido? Facebook no es un buen retrato de nosotros, seamos como seamos realmente. Incluso nuestros defectos son nuestros y preciosos. ¿A partir de esto pretenden Devadiga y Shetty reconstruir personalidades?

Quizás estos dos señores no lo sepan, pero el experimento se hizo ya. Otro grupo distinto de investigadores alimentó a una IA con material de Twitter, no procedente de una personas, sino de muchas. El resultado fue un bot psicópata. Es lo malo de las redes sociales: no están filtradas y muchas veces son el peor reflejo de nosotros mismo. ¿O acaso vas a poner tu yo más íntimo a la vista de todos? Podemos pedir la ejecución pública de un político en esas redes, pero no comentamos lo que nos conmueve, lo que realmente sentimos o inspira.

Quizás la vida humana consista precisamente en esto, en entender cada vez menos el mundo que te rodea.

En cuanto al transhumanismo, como la criogenización de gente muerta, tiene menos futuro que la venta de sandalias con Gore-Tex. Esta es la condena del ser humano, que no quiere morirse ni ver morir a sus seres queridos, pero la realidad es que la vida es limitada y nos morimos. Una vez muerto estas muerto y no hay nada que hacer, aunque no lo queramos asumir antes de ese punto. Una vez llegados ahí ya no tendremos consciencia para frustrarnos por ello. Esto es algo que tampoco llegaron a comprender en el antiguo Egipto. Pero una momia tiene tanto hálito de vida como el avatar que proponen Devadiga y Shetty.

Incluso asumiendo las premisas del transhumanismo, nos damos cuenta de las contradicciones internas que tiene. Si se puede transferir tu «conciencia» desde tu cerebro a un ordenador ya no serás tú, será otra cosa, incluso aunque esa nueva cosa fuera realmente inteligente y un duplicado perfecto. De hecho, podrías no morirte y que hubieras dos tú bifurcándose en este mundo a partir de ese momento.

Puede que todo esto no sea más que un sistema para extraer dinero a gente pudiente, pero da miedo pensar en que algún dictador megalomaniaco, asiático o no, pretenda prolongar su influencia en este mundo a través de un avatar digital de su persona. Conociendo la estupidez humana seguro que hasta pasaría bastante tiempo hasta que a alguien se le ocurriera desenchufar el engendro.

Nuestra forma de pensar y sentir está íntimamente ligada a nuestro cuerpo. Pretender que nuestra mente pueda estar por ahí en un ordenador y que todo se sienta igual es de idiotas. Esto es algo aplicable también a las promesas que hacen las religiones tras la muerte. ¿Para qué diablos quieres ser un alma en el más allá si no puedes oler una rosa, contemplar los destellos de la luz del invierno sobre la escarcha, oír el rumor de la olas alcanzando el mar o acariciar la piel de un ser querido? Pues lo mismo para un software en un computador.

Quizás el vacío de nuestras vidas no se compense con más redes sociales e Internet, sino con más experiencias personales, con otras personas y con la naturaleza. Puede que el final de nuestras vidas y la de nuestros seres queridos estén más determinadas por cómo hemos vivido el día a día que por otra cosa. ¿De qué sirve crear un avatar de nuestros seres queridos si no les hemos dedicado tiempo cuando estaban vivos? ¿De qué sirve recrearnos a nosotros mismos a partir de nuestras experiencias y recuerdos si estos valen poco?

A veces cuesta toda una vida aprender a vivir.

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Ilustraciones:
Devadiga y Shetty.