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La gripe aviar

La humanidad se va a enfrentar probablemente a un reto muy difícil. No hemos tenido un problema similar en muchas décadas, o incluso siglos.
Me refiero naturalmente a una eventual mutación del virus de la gripe aviar que desemboque en un contagio masivo entre humanos. La última vez que pasó algo similar fue en 1918 [1]. Ahora sabemos que en aquella época pasó algo muy parecido y un virus aviar mutó e infecto masivamente a humanos hasta causar 50 millones de muertos en un tiempo en el que no había vuelos comerciales y la gente no viajaba tanto como lo hacemos hoy en día en automovil, autobús, tren o metro. Algunos expertos dicen que un solo estornudo en un vagón de metro contagiaría de gripe a la mitad del pasaje.
También puede ocurrir que un humano infectado con la gripe común contraiga simultáneamente la gripe aviar y la combinación gen’etica de ambos virus produzca otro virus letal. El contagio de cerdos como escalón intermedio de camino a un virus contagioso entre humanos también se puede dar. Probablemente la variedad mutada surja primero en Asía y después se extienda por todo el mundo en un corto periodo de tiempo aunque los gobiernos tomen todo tipo de medidas.
El virus se ha extendido por todo Asia gracias a las aves migratorias [2] y ahora ya ha llegado a infectar aves en Europa. Aunque en este ultimo caso el contagio a personas será muy difícil, las pérdidas económicas podrían ser enormes.
De momento sólo se ha producido poco más de una centena de casos en los que el virus pasó de aves a humanos y todos ellos en regiones rurales asiáticas donde la convivencia entre humanos y animales es muy estrecha, pero recordemos que las bajas se elevan a un 50% de los infectados.
Todo esto no deja de ser una consecuencia del galopante crecimiento de la población mundial en el que el ser humano, además de ser un cáncer que destruye sin remisión el planeta en el se hospeda, representa la mayor placa de Petri o el caldo de cultivo más gigantesco que hay sobre la faz de la Tierra para la posible evolución de todo tipo de microorganismos. Esto lo sabe cualquier individuo con pocos conocimientos de Biología o Evolución, y sólo nuestra soberbia y egoísmo nos hace tener oídos sordos a esta evidencia. Nuestra estulticia nos hace creer incluso que seremos capaces de crear cualquier medicina o vacuna frente a cualquier epidemia, a pesar de que el SIDA nos debería de haber convencido de lo contrario.
En todo caso, una vacuna contra la gripe aviar tardará en crearse varios meses una vez que el virus mute y mientras tanto la única defensa contra la muerte de pacientes con la que disponemos es el ya famoso antiviral Tamiflu [3].
Este medicamento está patentado por Roche y de momento se niega a ceder la patente para la fabricación de genéricos baratos.
Los ministros de salud de diversos países, reunidos en Canadá para debatir sobre todos los aspectos relativos a este virus, han hablado también de este tema proponiendo cancelar la patente [4] de este fármaco.
Los legisladores cuando crearon las leyes de propiedad intelectual pensaron no solo en el generador de esos conocimientos y en la protección de sus derechos, pensaron también en el beneficio de toda la sociedad.
Así, las patentes y otros entes como los derechos de autor tienen un plazo de validez transcurrido el cual (por mucho que a las productoras de todo tipo y gestoras de derechos de autor les pese y presionen para evitarlo) pasan a formar parte del dominio público. De este modo se garantiza al creador un plazo de explotación en exclusiva con el que amortizar la inversión y simultáneamente se le presiona para que lo saque cuanto antes al mercado.
Luego todo conocimiento pasa a formar parte del dominio público, y así la sociedad se beneficia del conocimiento que dio anteriormente al creador, pues nunca un señor sin conocimientos de ningún tipo ha descubierto un nuevo tipo de transistor aislado en una montaña y toda farmacéutica tiene que agradecer mucho a Paster, Koch, Dalton o Lavoiser entre muchos otros.
Los gobiernos han delegado con demasiada frecuencia la investigación farmacéutica en el sector privado con las consiguientes distorsiones en el mercado de la salud. Estas industrias naturalmente tienen el derecho de recuperar su inversión que es muy costosa en general, pero debe de haber límites.
Si alguien inventa un nuevo tipo abrebotellas lo podemos comprar o no dependiendo de si es mejor o peor que los otros y de su precio. Si es muy caro incluso podemos prescindir de él. Pero si estamos enfermos de gripe aviar con riesgo de muerte no tenemos elección, entre otras cosas porque sólo hay un antiviral efectivo de fácil administración en este momento.
En el fondo no deja de ser un monopolio o simplemente una especulación económica. Esperar a hacer el gran negocio con la venta del Tamiflu apoyándose en la muerte casi segura de millones de persona es absolutamente inmoral. Entre otras cosas porque los países en vías de desarrollo no pueden pagar lo que se les pide aunque quieran.
La cosa llega al grado más alto de surrealismo o absurdo cuando se piensa que el producto activo del Tamiflu se obtiene a partir de las semillas del anís de estrella que tiene a Asia como su principal productor.
En todo caso la visión de cientos de millones pobres tercermundistas muriendo por esta enfermedad mientras que los países ricos se salvan con caros antivirales es algo que no podemos permitirnos si nos hacemos llamar humanos.
Si esta empresa sigue negándose a ceder la patente habrá que cancelarla legalmente o de facto, y que luego se atreva a ir a los tribunales con jurado incluido.
La humanidad no puede permitirse titubeos en un problema que podría ser gravísimo. Para todo hay un límite, incluso para los beneficios de ciertas empresas. Mientras tanto los gobiernos deberían de ir pensando en financiar más este tipo de investigaciones en lugar de pensar que el mercado les proveerá.