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Greenpeace y el pensamiento único

Por Daniel Cano-Ott.

En un artículo de esta bitácora titulado «Dios, ecologismo y energía nuclear», José Luis Pérez alertaba sobre el peligro del culto a los mitos ecologistas y el abandono del debate científico. En mi opinión se quedaba corto, pues lo que estamos presenciando en estos últimos meses es la imposición del pensamiento único.
Ésta es la imagen que tenía de Greenpeace cuando era niño: unos valientes guerreros del arco iris salvando de un absurdo exterminio a los indefensos cetáceos. Dicha imagen empieza a resquebrajarse por el fundamentalismo ideológico de la organización, demasiadas veces en contra de los hechos y la lógica.
La manera de manifestar unas ideas es tan importante como el mensaje que se transmite, pues de hacerlo inadecuadamante, no sólo se pervierte el mensaje sino también la vía de comunicación. Un grupo con el peso específico de Greenpeace debería tener un cuidado exquisito con las formas en que transmite sus ideas, pues en caso de quedar desautorizado, podría acabar arrastrando en su caída al movimiento ecologista en su conjunto. Por eso es necesario que el debate sobre el futuro del planeta se haga con rigor, con datos y con argumentos. Nos jugamos la credibilidad a una sola carta.
Una entrevista realizada por el ecoperiódico a Carlos Bravo, responsable energético de Greenpeace, es un claro ejemplo de la utilización de la amenaza y el miedo para lograr imponer el pensamiento único. La bitácora Indarki realizaba esta semana un interesante análisis de la entrevista con el señor Bravo para concluir que «puede que [la nuclear] sea una tecnología que no tenga solucionado al 100% sus tres grandes problemas [proliferación, residuos y riesgo] y que por ello, sea aventurado esgrimirla como LA gran solución energética, pero de ahí a repudiarla porque no cumple unos cánones que muy pocas tecnologías estarían en condiciones de cumplirlos, me parece injusto. Algo así como ‘racismo tecnológico’.»
El debate nuclear está plagado de postulados y dogmas de fe: es mala, es sucia, mata, las centrales explotan como bombas… La propaganda cumple su objetivo; y en vez de plantear ciertas cuestiones con rigor y hacer uso de los informes emitidos por los expertos (incluyendo algunos de los que solicita la propia Greenpeace), tenemos que asistir a lecturas de cartillas bien aprendidas, tergiversaciones, reformulaciones e incluso falsedades deliberadas.
El señor Bravo afirma que el IPCC (panel intergubernamental para el cambio climático) «no recomienda la energía energía nuclear para reducir las emisiones de CO2». Pues bien, he aquí el texto del informe: «Given costs relative to other supply options, nuclear power, which accounted for 16% of the electricity supply in 2005, can have an 18% share of the total electricity supply in 2030 at carbon prices up to 50 US$/tCO2-eq (tonnes of carbon dioxide equivalents), but safety, weapons proliferation and waste remain as constraints.»
Y he aquí su traducción al castellano (me hago responsable de las posibles incorrecciones): «dados los costes para facilitar alternativas, la energía nuclear, que produjo el 16% del suministro eléctrico en 2005, puede llegar al 18% del suministro eléctrico total en el 2030 con los precios del carbon a 50 $/tCO2-eq (equivalente en toneladas de CO2), aunque la seguridad, proliferación y los residuos persisten como limitaciones.»
En resumen, que a pesar de los problemas ya conocidos por todos y que nadie niega, el IPCC ha definido por primera vez la energía nuclear como un medio útil para limitar las emisiones de CO2 a un coste competitivo. Una afirmación en positivo y muy distinta de la difundida por Greenpeace.
Greenpeace encargó recientemente un informe económico sobre los costes de la energía nuclear a un comité de expertos próximos a su entorno. Obviamente, quien paga puede escoger al consultor, no es nada ilegal. Sin embargo, lo sorprendente es que el informe desmiente muchos de los mitos defendidos por Greenpeace, contrariamente a lo que anunció la asociación en un comunicado de prensa sobre su publicación. Pueden leer una muy ilustrativa círitica en inglés del Nuclear Energy Institute o una versión de la misma escrita en castellano por Manuel Fernández-Ordoñez. La conclusión del informe no puede ser más meridiana: la energía nuclear es económicamente competitiva. Y ese es un punto central para los países en vías de desarrollo. Necesitan fuentes de energía competitivas para poder llegar a unos estándares aceptables de vida, y desde los países «desarrollados» les exigimos además que no emitan CO2.
Otro dislate: Greenpeace quiere que los residuos radioactivos de las centrales se queden en las piscinas de las mismas y se opone un ATC (almacén temporal centralizado) especialmente diseñado a tal efecto. ¿Es que no son conscientes de que aún abandonando hoy mismo la energía nuclear, los residuos ya están allí? ¿Acaso no es más razonable almacenarlos en un lugar diseñado óptimamente? Todo esto suena más a la negación por la negación que a una verdadera búsqueda de soluciones tecnológicamente viables.
Greenpeace se ha convertido en una asociación que niega la competencia de cualquier experto en energía nuclear en el debate nuclear, dado que ellos ya son expertos y sólo Greenpeace esta calificada para discutir sobre energía nuclear de forma desinteresada. Y el mismo criterio se impone a sus ex-correligionarios y otros ecologistas partidarios de la energía nuclear como James Lovelock. ¡Amén! Eso se llama… no, no utilizaré esa palabra, pero ustedes mismos pueden buscar un calificativo para la manera totalitaria de imponer un criterio.
Cuando era niño crecí con la imagen de los guerreros del arco iris salvando a las ballenas: unos individuos jugándose la vida en sus fuerabordas para defender a los hermosos e indefensos cetáceos. Es una visión que no se me ha borrado de la cabeza y que les agradezco profundamente. Pero en cómo resolver el gran problema que se le plantea a la humanidad en estos momentos, el de un futuro sostenible, creo que Greenpeace se equivoca profundamente. Coincido en muchos de sus postulados como la diversificación, el ahorro energético, la potenciación de las energías renovables allá dónde sea posible y rentable. Incluso revindico su papel en el debate: son necesarios como mecanismo de control.
Pero no defiendo sus maneras totalitarias. El pensamiento único, la imposición de criterios y la ausencia de un debate no son el camino para difundir las convicciones. Al contrario, tales actitudes acaban por crear un mundo aún peor que el que se intenta combatir. Lo peor que puede ocurrir en estos momentos tan críticos es que por culpa de su actitud, Greenpeace dilapide su valioso legado histórico, su credibilidad, su prestigio y el respeto que muchos les tenemos (aunque no a todos sus portavoces). Un mundo sin Greenpeace sería menos verde, pero otro regido por un pensamiento único ya lo hemos conocido en España no hace mucho tiempo y lo deseo aún menos.

Fuente: Bitácora de Daniel Cano-Ott. [1]