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La inversión en ciencia en España

Hace unos días se publicaba en esta web una noticia [1] sobre un informe norteamericano acerca de la inversión en ciencia en el mundo. El hecho de que España no fuera mencionada explícitamente ya dice mucho al respecto de la ciencia en este país, pero además las cifras que aparecían en las tablas de datos no nos dejan en uno de los mejores lugares.
El problema de la baja inversión en ciencia respecto a los países de nuestro entorno se debe posiblemente a una ausencia de cultura científica de la sociedad española. Los políticos forman parte de la sociedad y son elegidos por ella, así que no se puede esperar otra cosa. Tampoco hay suficiente inversión en I+D en la industria por el mismo motivo, puesto que el empresariado también pertenece a la misma sociedad.
Los empresarios españoles no ven beneficios en la investigación, y cuando montan un laboratorio I+D es para desgravar impuestos o recibir subvenciones. No están obligados a invertir parte de sus beneficios en I+D (ni legalmente ni moralmente), y como es su dinero tienen derecho a hacer con él lo que quieran. Además, la industria española, al no ser de alta tecnología, tampoco se presta a mucha investigación científica.
Probablemente a la empresa española promedio le salga más barato pagar una patente que investigar en nuevas tecnologías. Un laboratorio de investigación sale caro y un científico que sacrifiquen metas idealistas para dedicarse al materialismo económico quiere cobrar como mínimo lo mismo que un ingeniero (figura, que aunque competente y respetable, es por otra parte idolatrada y sobrestimada en la sociedad española). El empresario español no puede esperar contratar a una gran figura de investigación microelectrónica (por ejemplo), quitarle toda la libertad, imponerle un proyecto aburrido y pagarle un sueldo bajo. Las cosas no funcionan así, y en los países avanzados lo saben.
Sólo las grandes compañías con mucho dinero se pueden permitir investigar de verdad. Probablemente sólo las farmacéuticas lo hagan aquí por la sencilla razón de la alta rentabilidad que hay en este caso.
Un empresario próspero no es tonto, es una máquina de optimizar beneficios y sabe hacer sus cuentas. Puede ser inculto, puede ser un ignorante, pero sabe cómo ganar dinero. No nos olvidemos.
¿Qué pasa en el sector público? La sociedad es la que es y su población prefiere más beneficios sociales inmediatos con el dinero de sus impuestos que hipotéticos beneficios a largo plazo proporcionados por la investigación. Y las necesidades sociales son en España un pozo sin fondo al que no es posible de satisfacer a no ser que paguemos todavía más impuestos de los que ya pagamos.
Pero esto es algo a lo que no estamos dispuestos. Todo el mundo quiere recibir del estado, todos creen tener derecho a más servicios y subvenciones, pero nadie quiere pagar más impuestos y a todos se les hace la boca agua con las promesas electorales basadas en la bajada de los mismos.
De dar su apoyo a la investigación científica el ciudadano promedio sólo se la daría, como máximo, a la investigación biomédica o a áreas muy utilitaristas. Como vivimos en una democracia tiene derecho a mantener esa postura.
Esta posición es comprensible y respetable en el contexto sociológico y cultural español. En general no somos altruistas ni idealistas y, salvo dar un poco de dinero a una ONG o a alguna organización católica según la orientación política, queremos que nuestro dinero o el dinero de nuestros impuestos nos beneficie directamente. Es algo lógico y humano. Además, el español medio no considera el conocimiento en sí como un beneficio directo.
Seamos realistas, ¿qué beneficio cree poder sacar un ciudadano normal de las características espectrales de una galaxia lejana o de las propiedades del bosón de Higgs si considera que el conocimiento intelectual es secundario? ¡Pero si nunca se le ha informado sobre lo útil o interesante de estas cosas!
Quizás sí pueda considerar que la investigación en semiconductores es importante si previamente se le instruye sobre los beneficios materiales de ese tipo de investigación, pero de entrada posiblemente sólo considere positiva la investigación en Medicina.
Después de un par de décadas bajo un sistema educativo diferente y bajo una prolongada presión «publicitaria» (la mercadotecnia de la ciencia es inexistente en España) se podría quizás mostrar a la gente los beneficios a largo plazo de la investigación sobre la calidad de vida, la riqueza y el bienestar de las personas. Incluso se les podría convencer para invertir en ciencia básica utilizando el argumento de que tarde o temprano hay subproductos que tienen un rendimiento en ese sentido (idea que los científicos se empeñan en propagar y que no necesariamente siempre es verdad).
Sin embargo, la capacidad de sentir placer por conocer mejor el ser humano, nuestro entorno y el Universo, el sentimiento de satisfacción por la adquisición del conocimiento puro, sentir el orgasmo de la inteligencia, es muy difícil de instruir si no se nace con una predisposición especial. La adquisición de este conocimiento es la recompensa que se da a las personas del mundo científico por los beneficios materiales que producen. De paso las personas corrientes con más inquietudes ven satisfecha parte de su curiosidad, porque en el fondo al ser humano no le basta con comer, reproducirse y dormir.
¿Estamos en ese camino? ¿Educamos a las nuevas generaciones para que comprendan las ventajas de la ciencia? ¿Divulgamos y difundimos la ciencia en la sociedad?
La realidad es que los productos «culturales» reciben más ayudas que la difusión de la ciencia. Ninguna ley obliga a las cadenas de televisión a dedicar un porcentaje de su programación a temas científicos, pero sí a temas «culturales». Y en los colegios e institutos, gracias a unos sistemas educativos creados por psicopedagogos fuera de la realidad, ya ni se aprende a leer y escribir, por lo que esperar una educación en ciencia en estos lugares está ahora fuera de la realidad.
Las universidades y centros de investigación, que es donde se supone se genera este tipo de conocimiento, también lo hacen muy mal y, salvo contadas excepciones como la del CSIC, no tienen gabinete de prensa científico, ni web asociada, ni cauces de difusión de sus descubrimientos.
Los investigadores también pasan de este aspecto de su trabajo y llegan a crear la paradoja de solicitar fondos (procedentes del dinero de los impuestos) a una sociedad a la cual no se han molestado en informar periódicamente sobre el uso que hacen del dinero, sobre la importancia de su inversión en investigación o sobre los logros propios y ajenos en el mundo científico.
Los sucesivos gobiernos, productos a su vez de la sociedad, no son muy diferentes en sus planteamientos. Como los políticos tienen en general una instrucción académica un poco superior al promedio sí intentan hacer un esfuerzo presupuestario en este sentido.
Aunque últimamente se ha aumentado un poco el gasto gubernamental en ciencia, en general no hay grandes promesas de inversión en investigación científica en los programas electorales y casi nada a un plazo mayor que a cuatro años vista.
La cuestión es cómo se debe de invertir en ciencia. Aunque esto no es nada fácil se nota que los políticos conocen poco y mal el mundo de la ciencia y que además se rodean de «expertos» y «asesores» que tampoco lo conocen bien.
Da la impresión que quieren empezar la casa por el tejado. Han inventado términos como «la excelencia científica» o el ridículo «I+D+i+d», como si la invención de términos y siglas raras pudieran cambiar la realidad.
También se han lanzado a la recuperación de «cerebros españoles» en el extranjero. Lo malo es que esos cerebros no quieren ser recuperados. Volver a un país científicamente tercermundista, con una calidad de vida muy baja (pese al clima y lo que queramos creer), a cobrar menos dinero y a un sistema muy burocratizado de financiación y contratación no les atrae nada salvo por razones sentimentales. Además, el ambiente en el que se desenvuelve su trabajo es muy importante. En España no hay una comunidad científica sólida y sin la retroalimentación de sus colegas de allí su productividad se resentiría aquí. Y, al fin y al cabo, la patria de un científico está donde está su ciencia.
De todos modos, si hay que buscar «la excelencia científica», ¿qué es el resto de la ciencia, la ciencia “no excelente”, según los políticos?, ¿ciencia mediocre?, ¿ciencia superflua? No se puede construir un sistema científico basado sólo en unas pocas primeras figuras (por cierto, ninguna ganadora del premio Nobel) y esperar recompensa instantánea.
Se necesita de mucha gente para sacar el conjunto de la ciencia adelante. Sin el trabajo rutinario, aburrido y sistemático la ciencia como conjunto no es posible. Sin la catalogación pormenorizada de multitud de restos fósiles por parte de paleontólogos corrientes no habría teorías sofisticadas creadas por paleontólogos estrella (¿o es que harían ellos todo el trabajo de campo?), sin las medidas espectrales de muchos cuerpos siderales no se puede elaborar o comprobar una teoría cosmológica, sin el estudio de las propiedades moleculares y atómicas de muchas sustancias es imposible obtener aplicaciones prácticas de algunas de ellas, etc.
Una comunidad científica es como un ecosistema. Para que un león tenga su nicho ecológico debe de haber cebras, antílopes, hierba y microorganismos. Se puede concebir un ecosistema formado por bacterias y plantas, pero no uno formado sólo por leones. Aunque que haya o no buitres es discutible, si tenemos en cuenta que hablamos, claro está, en términos metafóricos.
Para que haya buena ciencia debe de haber sobre todo una «masa crítica» de investigadores y recursos que permita obtener resultados interesantes entre muchos otros corrientes. Sin esta masa crítica no hay una comunidad científica sólida productiva, ni una cultura científica formada por gente de ciencias, ni grandes descubrimiento en ciencia básica, ni rentables aplicaciones industriales, ni grandes divulgadores científicos que realimenten el ciclo, ni intelectuales del siglo XXI. Lo que ocurre es que simplemente los mejores se escapan fuera y no sólo por supuestos sueldos altos. Sin un sistema meritocrático claro, sin unas reglas justas y claras no hay incentivos ni correctivos. Ahora mismo aquel que elige la carrera investigadora no sabe a qué atenerse, tan pronto cree estar jugando al ajedrez como le dicen, a mitad de la partida, que en realidad es al mus.
Hasta ahí el análisis, la solución es más difícil de encontrar. Lo malo es que para cambiar la manera de pensar de una sociedad se necesitan que transcurran varias generaciones.