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La misión Phoenix y la exploración marciana

La sonda espacial Phoenix llegó ayer a Marte. Con ésta son varias las sondas que han aterrizado con éxito sobre su superficie incluidos los dos rovers que todavía andan circulando sobre el planeta rojo. Parece que ir a Marte se ha convertido en algo sencillo y rutinario. Nada más lejos de la realidad, antes del éxito de la misión Phoenix más de la mitad de las sondas enviadas allí resultaron en un sonoro fracaso por las más diversas causas, incluidas la confusión entre millas y kilómetros o a razones totalmente desconocidas y misteriosas.
Vender la «carrera espacial» no es fácil, y más si tenemos en cuenta que los periodistas sin escrúpulos, que medran por doquier en los últimos tiempos, no paran de decir lo que ha costado determinada misión espacial antes siquiera de mencionar sus objetivos. Podrían hacer lo mismo sobre cualquier otra cosa y de paso formarse un poco más en ciencia o en cualquier otra área del conocimiento humano, que falta les hace.
Marte es para la NASA, e incluso para la ESA, un objetivo prioritario. Su valor científico es supuestamente elevado porque nos ayudará a entender muchas cosas sobre evolución planetaria. Es a la vez un lugar con numerosas incógnitas aún por resolver, como por ejemplo si hubo agua líquida en abundancia en el pasado, y si así fue dónde ha ido a parar ese agua. Quizás Phoenix nos ayude a resolver algunas de estas incógnitas. Aunque Marte tampoco es, ni debe de ser, el santo grial de la Planetología.
Pero las fotos de la superficie marciana retransmitidas desde allí por todas las misiones parecen siempre la misma: una planicie llana desértica, pedregosa y aburrida, aunque los rovers nos hayan mostrado cráteres. La elección de emplazamientos seguros para la maniobra de aterrizaje obliga normalmente a la elección de estos lugares anodinos.

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Lo rutinario de las misiones también hace que los contribuyentes encuentren el tema cada día más aburrido y gastado, así que las agencias espaciales tienen que intentar vender al público estas misiones de alguna manera. Una manera que puede ser peligrosa para la propia financiación futura si el público se cansa de la promesa de metas inexactas.

Una de las ideas que se vende es la de una posible misión tripulada al planeta rojo. Como hito histórico no estaría nada mal. Por primera vez el hombre pisaría un planeta distinto al suyo y quedaría grabado en los anales de la historia de la humanidad a la altura del descubrimiento de América.
Pero hoy por hoy esa misión es imposible, y a este paso lo seguirá siendo por mucho tiempo. Las misiones robóticas sirven para saber más sobre Marte (que ya es bastante) y quizás para encontrar lugares interesantes a explorar por humanos, pero no allanan el camino a una misión tripulada. La tecnología empleada no sirve ni servirá para mandar una misión tripulada allí porque es la de siempre, es decir, muy primitiva, lenta y costosa.
Se necesitaría una nave grande para la misión. Recordemos que para humanos debe de ser un viaje de ida y vuelta, realizado con una nave que permita una vida digna y segura en su interior, y que se complete en un tiempo prudencial. Se necesita, por ejemplo, de un sistema que bloquee las radiaciones procedentes del Sol, so pena de matar de cáncer y enfermedades varias a los astronautas. También de un sistema de gravedad artificial que haga girar la nave sobre si misma, si esperamos que una vez lleguen allí los astronautas (¿o martinautas?) puedan andar y desplazarse ágilmente y no estén atrofiados por el viaje. Necesitan reservas de agua y víveres para un viaje y estancia que deben de ser necesariamente largo. Finalmente entre otros detalles se necesitaría de una propulsión distinta al sistema habitual. Si se rebajan estas características se estará simplemente torturando a los futuros astronautas.
De momento no se dispone ni siquiera de un lanzador pesado que permita montar poco a poco la nave en órbita terrestre. Y en el futuro cercano no dispondremos de tecnología para el viaje porque ahora mismo no se invierte en el desarrollo de la misma.
Así que la visita humana a Marte está bastante lejana a no ser que se invierta, y mucho, desde ya.

La segunda idea que se trata de vender es la supuesta vida marciana. Vamos a ver, ¿cómo decirlo? Ah sí, en Marte no hay y nunca hubo vida.
Hasta ahora no ha habido pruebas físicas que apoyen esta idea de la vida marciana, salvo las inspiradas en una fértil imaginación obligada por nuestros deseos. Ni siquiera hay pruebas concluyentes que demuestren que hubo agua líquida en abundancia sobre su superficie durante un tiempo lo suficientemente largo como para que se permitiera la aparición de la vida.
La vida tal y como la conocemos se adapta al ambiente, evoluciona, y altera el entorno, incluso el planeta en su totalidad en el que vive, para adaptarlo a sus necesidades. Si hay vida, ésta debe de ser evidente, y no harían falta muchos esfuerzos y recursos para verla. Sería obvia y estaría simplemente ahí.
Las condiciones superficiales en Marte son, por otra parte, tremendamente hostiles para la vida: una temperatura extremadamente baja junto con una presión atmosférica bajísima y una irradiación ultravioleta letal que esterilizaría cualquier cosa. Incluso una posible terraformación será casi imposible debido a la baja gravedad que haría a Marte perder cualquier atmósfera cálida lentamente.
De acuerdo que en la Tierra hay extremófilos que viven en ambientes extremos, como a gran profundidad en el subsuelo, pero utilizar a estos microorganismos como excusa no es correcto. Los extremófilos viven dentro de una biosfera muy rica y no completamente aislados. Es curioso que nuestros microorganismos puedan vivir en Marte y los microbios marcianos sean tan elusivos siendo su hipotético ambiente propio.
Si hay microorganismos en el subsuelo marciano, ¿de qué viven? La más elemental termodinámica nos dice que es muy difícil que los haya, y eso independientemente de que exista o no agua en estado líquido. El agua líquida no garantiza la existencia de vida. Como se dice en Matemáticas, es una condición necesaria pero no suficiente.
Lo ideal sería demostrar de una vez la inexistencia de vida para que nosotros llevemos allí nuestros propios microorganismos y hacer un experimento a escala planetaria.

Ambos objetivos nos excitan fuertemente la imaginación y la fantasía, aunque no sean realistas. Conseguir fondos para estas misiones es complicado sin vender estas metas. Pero tarde o temprano dejarán de funcionar. O formamos a los contribuyentes para que encuentren este tipo de aventuras interesantes y que les parezca que merecen la pena financiarlas, o la exploración espacial sucumbirá a un mundo superpoblado necesitado de recursos en el que cada día es más difícil mantener una economía desarrollada o tratar de alcanzar cierta sostenibilidad ecológica.

Por lo demás se agradecería a los señores periodistas que si se ven obligados a decir el precio de este tipo de misiones informen previamente del gasto en cosméticos del ser humano, el gasto en operaciones de cirugía estética, en armas de diversa índole, en drogas recreativas varias, etc. Aspectos estos, cuanto menos, bastante más discutibles que la exploración del Universo y la búsqueda del conocimiento y la luz.

Foto: foto transmitida por Phoenix desde Marte, fuente: NASA.