- Opinión - http://www.neofronteras.com/opinion -

La falsa excelencia de la ciencia española

Por Carlos Argüelles

Tampoco la actividad científica española, secularmente mediocre, escapa a las profundas contradicciones de una sociedad dominada por la imagen superficial, donde los continentes priman sobre los contenidos. Los estamentos oficiales vienen insistiendo en el notable progreso de nuestra investigación, juzgándola equiparable con la realizada por el resto de naciones que conforman nuestro entorno geopolítico. Tal afirmación toma como parámetro crítico la denominada “productividad científica”, plasmada en la cantidad y relevancia de las publicaciones internacionales generadas por los grupos de investigación. Sin embargo, aun siendo admisible la validez general de este único criterio, su aplicación universal e infalible resulta muy discutible, por asentarse sobre premisas falsas. Así, el fin último de la ciencia no es “producir” artículos, sino “descubrir” conocimientos ocultos y “crear” nuevas técnicas y herramientas metodológicas que permitan seguir profundizando en siguientes investigaciones; amén de conllevar aplicaciones potencialmente beneficiosas para la humanidad y la biosfera en su conjunto.

Algunas otras facetas negativas requieren una adecuada reflexión y revisión, en su caso. El método “científico-capitalista” mide la actividad global del grupo, sin deslindar la aportación específica de cada miembro en particular; aunque se han sugerido factores correctores relativos al número y posición de los autores en un artículo, su uso no es obligatorio. La evaluación de los artículos por pares (reputados especialistas en la materia) no es anónima y el grado de afinidad entre autores, revisores y editores de las revistas puede supeditar la decisión sobre su aceptación. La trascendencia de las publicaciones atiende al famoso “índice de impacto”, invento de una compañía comercial norteamericana, que defiende sus propios intereses. Además, varios expertos resaltan cómo las revistas de mayor relevancia, dado su carácter vanguardista y a fin de mantener su lugar preeminente, suelen admitir un gran número de manuscritos altamente especulativos. Como consecuencia, se genera una presión dañina sobre los investigadores, condicionando una estrategia de resultados inmediatos que garanticen un nivel impactante de publicaciones, raíz de los sonados casos de fraude científico. La perversión del sistema llega al punto de ser numerosas las publicaciones firmadas por autores que no han tenido participación activa en los mismos -incluso ocupando cargos públicos de gestión-, mientras muchos científicos consideran como un hito capital de su trayectoria, la publicación en una revista con alto impacto, antes que realizar una contribución esencial al conocimiento.

Las derivaciones dramáticas del problema surgen porque las agencias evaluadoras de turno, ministerio español incluido, siguen a rajatabla esta estrategia perniciosa en la concesión de proyectos, tendiendo a financiar de modo preferente los denominados “grupos de excelencia” -grandes equipos con una enorme productividad científica-, en detrimento de los equipos minoritarios, que se ven abocados a la extinción. No obstante, un examen riguroso de la historia demuestra lo erróneo de esta política: la ciencia no sigue una línea continuista cimentada en la acumulación sucesiva de datos ortodoxos. Los grandes hitos científicos son siempre rupturistas con el paradigma establecido y han sido el fruto de equipos reducidos o incluso investigadores aislados, en lucha abierta con la doctrina oficial. Por otra parte, la productividad no debería medirse en términos absolutos referentes al número total de artículos; sino relativos fijando la relación entre las publicaciones frente al número de investigadores y la financiación otorgada.

Pero donde la irracionalidad del sistema alcanza su máxima expresión es en la universidad, que según las estadísticas realiza en torno al 60-70% de la investigación global. España no cuenta con ninguna universidad entre las 100 o 200 mejores del mundo (dependiendo del ranking utilizado). Sin embargo, si admitimos la propaganda oficial, nuestras universidades están bien surtidas de excelentes equipos investigadores. ¿Cómo se explica que la universidad española merezca una valoración tan mediocre si está llena de grupos de excelencia internacional? La contradicción resulta evidente y la respuesta, sin duda compleja, pasa por cuestionarse la validez de los principios definitorios de la esencia universitaria. Una de las claves reside en el criterio sostenido y discutible de crear plazas de profesorado universitario atendiendo primordialmente a méritos investigadores, orillando los aspectos docentes que para muchos profesores representan el grueso de su quehacer universitario, provocando la desincentivación y el abandono del esfuerzo académico. Es preciso otorgar a las tareas académicas idéntico valor a la actividad investigadora. No es de recibo que mientras los estímulos investigadores están sujetos a evaluación nacional, los componentes docentes se concedan prácticamente a todo el profesorado por decreto, de forma indiscriminada.

Juan Carlos Argüelles es Catedrático de Microbiología en la Universidad de Murcia