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El fin del mundo sí ha llegado

En este momento en el que escribo esto, veo llegar los últimos rayos de un sol que ya se esconde tras el horizonte. Se ven nubes altas en un azul muy oscuro y un trasfondo anaranjado. La Física puede explicar con un juego de frecuencias esos colores, pero sólo nuestra mente puede dotarlos de significado. Es difícil definir la belleza usando términos científicos, aunque puede haber poesía en la ciencia.
El caso es que un día más se apaga, esta vez en un inminente solsticio de invierno. Mañana vendrá otro día y después vendrá otro. Sabemos que esa sucesión de días será para cada uno de nosotros finita y siempre corta. Quizás sea debido precisamente a esto que tengamos el miedo atávico de que un día se acabe el mundo, sea por una supuesta predicción maya o por cualquier otra causa. Si usted, amigo lector, lee esto ahora significa que, una vez más, la profecía no se ha cumplido y que el fin del mundo, esta vez con la excusa maya, no ha llegado. O eso parece.
La ciencia nos dice que nada es eterno, que la atmósfera de este planeta se quedará sin dióxido de carbono un día, por lo que no habrá más fotosíntesis ni, por lo tanto, vida compleja. También nos dice que la atmósfera se escapará y que el Sol se transformara en gigante roja. Finalmente este planeta sólo será una roca muerta. Aunque se necesitará que pasen miles de millones de años para que ocurra todo eso. Mientras tanto nuestra galaxia habrá chocado con la de Andrómeda y el Universo se irá expandiendo cada vez más rápido hasta que quede diluido en la nada en unos cuantos miles de millones de años más. El Universo no tiene ningún propósito y tampoco, por supuesto, no tiene la intención de evitar nuestra extinción y mantenernos con vida eternamente. El Universo es ciego a nuestros deseos e indiferente a nuestro sufrimiento. El sentido a la existencia sólo lo podemos dar nosotros.
Pero independientemente de que el fin del mundo sea algo físico y total, de tal modo que nuestro planeta quede borrado del atlas universal por lo relatado anteriormente o por el impacto de un gran cometa o porque una estrella nos desorbite, siempre se puede dar el fin del mundo tal y como lo conocemos. Es decir, que el mundo cambie tanto que sea algo irreconocible para nosotros. Este tipo de fin es algo que ya se ha dado en el pasado para algunas de las civilizaciones que nos precedieron.
Los mayas como civilización, aunque no como etnia, desaparecieron mucho tiempo antes de que los europeos llegaran al continente americano. Su civilización declinó y dejaron de construir ciudades y pirámides. ¿Por qué?
A las civilizaciones del pasado se las suele idealizar, pero la realidad es que los mayas eran una civilización sanguinaria que sacrificaba humanos a los dioses. Básicamente creían en un mundo mágico de dioses sedientos de sangre que exigían inmolaciones a cambio de favores como la lluvia. Tampoco estaban adelantados tecnológicamente, pues vivían en la edad de piedra y no conocían ni la rueda ni los metales, salvo en juguetes y ornamentación respectivamente.
Sí que tenían escritura, conocían algo de Matemáticas e incluso podían hacer cierta astrometría. Gracias a ello consiguieron un calendario relativamente preciso, el mismo calendario que han usado algunos para “pronosticar” el fin del mundo ahora.
No hace falta mencionar que este tipo de predicción, además de ser una solemne tontería propia de iluminados new age, no está justificada ni, por su puesto, no fue pronosticada por los mayas de aquel entonces ni, dicho sea de paso, por los mayas de la actualidad.
En la civilización maya del periodo clásico había una casta de reyes y sacerdotes fanáticos que sometían al pueblo. Les obligaban a construir pirámides y templos, monumentos inútiles que se llevaban gran parte de los recursos.

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Para construir esos monumentos se necesitaba mucha madera que se tomaba del entorno. Los bosques fueron talados debido a su madera y para campos de cultivos, pues también había que mantener a todos los que trabajaban en esas construcciones.
Consumían recursos mucho más rápidamente que el ritmo natural de renovación. Además, los recursos hídricos eran escasos debido al tipo de terreno calizo de la península de Yucatán, que sólo proporcionaba cenotes como fuente de agua. Consiguieron incluso alterar el clima local debido a los cambios introducidos, cambios a los que, además, se sumó un periodo natural de sequía. En definitiva, la civilización maya desapareció debido a un colapso ecológico provocado por ellos mismos. Igual destino fue deparado a otras civilizaciones del pasado como los anasazi, los vikingos de Groenlandia, los pascuences, etc.
No sabemos los detalles sociológicos de cómo fue la decadencia final ni su ritmo, pues contamos con muy pocos códices mayas (cortesía de un sacerdote católico fanático que quemó la mayoría de ellos), pero es de presumir que los mayas del periodo clásico no se despertaron un día y comprobaron que había llegado el fin del mundo.
Probablemente hubo hambre, revueltas, represión y guerras (nada como echar la culpa al vecino de todos los males provocados por uno mismo). Poco a poco las estructuras del estado cayeron y los mayas supervivientes terminaron siendo unas cuantas tribus esparcidas, principalmente a lo largo de la costa. El caso es que antes del año mil de nuestra era, cuando Occidente todavía estaba en su edad oscura, el periodo clásico de los mayas había ya llegado a su fin.
Pero al igual que los mayas de aquellas épocas, nosotros consumimos muchos más recursos de los que deberíamos. También tenemos castas dirigentes que nos someten y que explotan los recursos del planeta de manera irreversible por puro egoísmo. También tenemos fanáticos, guerras y religiones absurdas. La ignorancia se propaga.
Pero además envenenamos el aire que respiramos y el agua que bebemos, extinguimos especies a un ritmo equiparable al de las grandes extinciones masivas del pasado, acidificamos el mar, talamos las selvas, matamos los arrecifes de coral, sobreexplotamos las reservas pesqueras, creamos cantidades ingentes de basura que incluso forman islas en el mar, hacemos un mal uso de las tierras de cultivo… Y encima de todo ello estamos cambiando el clima con nuestras emisiones.
Lo estamos haciendo mucho peor que los mayas y lo hacemos incluso sabiendo las consecuencias y teniendo ejemplos históricos de lo que pasa cuando se obra así. No tenemos ninguna excusa. Además nosotros no tendremos ningún sitio al que escapar una vez todo colapse.
Nos adaptamos poco a poco a este mundo moribundo, se nos olvida pronto cómo era hace no tantos años. Incluso nuestro entorno cercano ha cambiado. Esas playas, por donde un Ulises quizás anduvo, están ahora ahogadas por hoteles grotescos y apartamentos anodinos. Ese mar al que abrazan, mar por el que una vez navegaron barcos cargados con ánforas llenas de aceite de oliva cultivado en una colina de Delfos, ya está casi muerto de tanta contaminación. Los glaciares que una vez vieron pasar a Aníbal con sus elefantes ya casi han desaparecido. La lista de pérdidas es interminable, pero nuestra memoria es frágil. Hagamos un esfuerzo y tratemos de recordar, por ejemplo, cómo era el río en donde nos bañábamos de pequeños y comparémoslo a cómo es ahora.
Pero todos estos cambios tendrán consecuencias. Vendrán las revueltas, las guerras y las epidemias. Quizás los conflictos que ahora vivimos no sean más que la antesala de las grandes luchas que se avecinan por los recursos: por los cultivos, por la energía barata o por el agua potable.
Así que sí, amigo lector, el fin del mundo tal y como lo conocemos ya ha llegado. No se ha librado de él tan fácilmente. Lleva mucho tiempo llegando, desde hace años, poco a poco, con cada metro de retirada de un glaciar, con cada hectárea menos de selva, con cada pólipo de coral que se muere, con cada bajada en el pH marino, con cada especie que desaparece para siempre, con cada milímetro que sube el nivel del océano…
Todavía está en nuestras manos el poder evitar un desastre mayor. Al fin y al cabo, la Tierra es nuestra única casa en el Cosmos, el planeta más acogedor que jamás hemos conocido y el más bello que conoceremos.

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Fuentes y referencias: Colapso, de Jared Diamond.
Foto: NeoFronteras.