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NeoFronteras

Ciencia, coronavirus y estulticia

lunes 30 marzo 2020 - Tipo: Editorial

Uno de los muchos dramas de la humanidad es que la mayoría de las personas no entienden la función exponencial. La gente, los políticos o los economistas entienden bien el crecimiento lineal, la proporción, pero no la exponencial.

Muchos aspectos de la Naturaleza siguen una ley exponencial, sea creciente o decreciente. Así, el carbono-14 decae con el tiempo de forma exponencial de tal modo que el número de átomo de este isótopo en una muestra dada se reduce a la mitad en 5730 años. Naturalmente, llegará un momento en el que no se desintegra ningún átomo porque todos se habrán desintegrado ya. Lo mismo se puede decir del crecimiento exponencial. Una colonia de bacterias se duplica cada cierto tiempo, pero todas desaparecen cuando se acaba el substrato del que se alimentan. Para todo hay límites.

Al aparecer, en una epidemia se produce un crecimiento prácticamente exponencial al principio, cuando hay muchas personas susceptibles de ser contagiadas. Al cabo de un tiempo ese crecimiento exponencial se corrige porque se muere parte de la gente, otros se recuperan y están inmunizados o se toman medidas.

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Lo importante es que al principio es como un mazazo, una explosión que pilla por sorpresa a políticos y sanitarios. Hay unos pocos casos y creen que se puede controlar sin tomar medidas drásticas. Lo curioso es que un gobierno tras otro han cometido el mismo error de subestimar el problema del COVID-19, pese a que han visto cometerlo a numerosos gobiernos antes que ellos.

No sólo es la incapacidad de ver el crecimiento exponencial, hay algo más. Todo gobierno quiere mantener la economía y espera hasta el último momento para sacrificarla. Cuando lo hace ya es tarde. Pero la clase política surge de la misma sociedad a la que pertenece. Si la gente no cree que hay un problema, el gobierno de turno tampoco toma medidas porque lo único que quiere es ser reelegido. Así que no se tomaron medidas serias a tiempo.

Las sociedades occidentales son egoístas, no somos capaces de cambiar nuestros hábitos de vida, nuestras costumbres o nuestro estilo de vida por nada. Empezaban a caer ancianos muertos por el COVID-19 y la gente seguía reuniéndose en terrazas, bares, teatros, etc. Por no renunciar no renunciaron a mítines, misas, manifestaciones o partidos de fútbol, pese a que ya se conocía la magnitud de la tragedia.

¿Si la gente, si los políticos, no son capaces de renunciar a ciertas cosillas por salvar a sus padres o abuelos? ¿Cómo podemos esperar que hagan algo para salvar la biosfera o el clima terrestre? Parece que no podemos pasar sin el último modelo de teléfono inteligente o sin ropa de moda. Podríamos hacerlo, pero no lo hacemos. También es verdad que el sistema nos empuja a consumir, pero a este paso nos consumiremos a nosotros mismos. El capitalismo ha chocado contra los límites del planeta y no queremos verlo, por lo que se niega el problema pese a los evidentes números. La orquesta sigue tocando mientras se hunde barco. La actual pandemia no es más que un aspecto de todo ello.

No es que nos neguemos a grandes sacrificios, es que nos negamos a los más pequeños sacrificios. Así que continuamos contagiando de COVID-19 a todos los que nos rodeaban para así disfrutar de nuestro ocio, porque incluso las manifestaciones o mítines (las ideologías cada vez se parecen más a la religiones) ya son parte de nuestro ocio, con su aire festivo y sus disfraces.

Esta pandemia es el aviso definitivo de la Naturaleza. Un tipo en China consume carne de pangolín u otro animal silvestre porque cree que tiene propiedades mágicas y termina muriendo un familiar tuyo en España, Brasil o EEUU. O mueres tú mismo. Todo está relacionado. Este es un precio que se sabía que se iba a pagar. Hubo otros avisos como el del MERS, SARS, ébola, etc., pero los políticos y la gente no escucharon a los científicos que decían que había que tomar medidas. Alguien tan alejado del mundo científico como Bill Gates sí escuchó a los epidemiólogos sobre el problema hace tiempo, pero tampoco se le hizo caso. Si se hubiera hecho caso a los científicos se hubiera seguido financiando la investigación sobre el SARS y sobre las vacunas, se hubiera hecho acopio de material sanitario, se hubiera hecho más investigación básica y, sobre todo, se hubiera respetado la fauna salvaje de la rapiña y superstición humanas.

Ese mundo alternativo no existe, la realidad es la realidad de muerte y destrucción que nos rodea en estos tiempos. Incluso ahora que el propio gobierno chino ha prohibido la comercialización de animales silvestres, ha hecho la excepción de los animales usados en la «medicina» tradicional china, que no es medicina porque no cura a nadie de nada. Y, por supuesto, no han usado ese conjunto de supersticiones para salvar a los enfermos de COVID-19. Dan ganas de desearles un rebrote que liquide a toda su población, pero sabemos que la justicia cósmica no existe y que el Universo es siempre ciego a nuestros sufrimientos y sordo e indiferente a nuestros anhelos y deseos. Aquel que advierte del problema antes de que explote puede que se contagie y muera, mientras que el político incompetente o corrupto puede que se salve de esta criba.

La única justicia que cabe esperar es la que el ser humano puede conseguir a través del consenso y la cooperación con los demás, dentro de la razón y alejados de todo fanatismo.

Es doloroso pensar en las mentiras que se han contado. Mucha gente que era «sologripista» puede que lo fuera por egoísmo propio al no querer cambiar sus rutinas, pero otros lo fueron porque se creyeron lo que el sistema les contaba en los medios.

Los datos de China ya indicaban que la tasa de contagio de este coronavirus SARS-CoV-2 era muy superior a la de la gripe, pero dijeron que era una gripe. Esos mismos datos decían que la tasa de mortalidad era mucho más alta que la de la gripe, pero aducían que había mucha gente asintomática que no era contada, como si tener gente suelta por ahí contagiando a diestro y siniestro fuera una buena cosa para la epidemia. Los números estaban ahí, pero los negaban. Había incluso algunos revolucionarios de salón que decían que moría más gente por otros motivos a los que había que prestar más atención.

Incluso se dijo que sólo afectaba a los viejos y a las personas con problemas de salud, como si ambos fueran prescindibles. Pero se decía esto cuando, además, se sabía, según las estadísticas disponibles de China, que moría gente sin esos problemas que tampoco tenían edad avanzada. Ya hasta un simple asma te hace merecedor de morir por COVID-19, según la prensa. Estos «soloviejistas» tampoco quieren ver que, incluso cuando te salvan, si es que hay recursos para ello, tienes que pasar por el entubamiento y otros trances médicos, por lo que no es nada agradable superar la enfermedad. Además, ello consume un precioso equipamiento médico que ahora es tan necesario. Tienes un pequeño infarto y, aunque antes podían salvarte, ahora te mueres porque el sistema sanitario está colapsado. Quizás parte del problema sea el egoísmo del occidental según el cual un anciano es una carga y, por tanto, puedes deshacerte de él. Si el virus matara mayoritariamente a niños quizás la cosa hubiera sido muy distinta. Levantar un país tras una guerra, como toda esa generación de españoles hizo, a base de infinito trabajo para que luego te dejen morir es infame.

La gente que advertía del problema era tildada de alarmista llegando a casos vergonzosos, como cuando se criticó la opinión del doctor Cavadas, aunque él ya dijo que no era experto en el tema y que simplemente daba su opinión.

Otros que sí eran expertos decían que se contagiaría del 30% al 70% de la población mundial, que había muchos más casos de los detectados y que moriría mucha gente. No se les escuchó. Estos expertos sufrían la maldición de Casandra, que en la mitología clásica fue condenada al don de la clarividencia y a que nadie la creyera.

Un error más fue haber mirado por encima del hombro a China y culpar de la situación a su mala gestión. La gestión fue allí mala al principio, sí, como en casi todos los países. Pero en el momento en el que construyó el famoso hospital en unos pocos días, los demás deberían de haber tomado precauciones. Nunca creyeron que algo así pasaría en Occidente. «¿A nosotros? No, nunca, nosotros somos occidentales e «inmunes», seres de luz que no caen ante un virus de tres al cuarto».

Y luego estaban lo que negaban que las mascarillas fueran útiles, cuando estaba demostrado, por la situación en otros países asiáticos, que son muy útiles para detener el progreso de la epidemia, sobre todo porque si se lleva puesta se evita contagiar a otros. Incluso las mejores protegen en más de un 90% del contagio al portador. El resultado es que ahora no las tenemos, ni siquiera para los sanitarios.

Al final, efectivamente, no fuimos alarmistas. Fuimos algo mucho peor: temerarios.

Luego, la gestión respecto al aprovisionamiento fue muy mala, ya no quedaba material en el mercado internacional y se tardó en movilizar a la poca industria local que no estaba deslocalizada en China. Esto se tenía que haber hecho mucho antes. Un buen político debe autosacrificarse y tomar decisiones para el caso de peor escenario posible aunque este al final no se dé. Se decretaron confinamientos que llegaron tarde, tras el «mazazo exponencial», después llegó la saturación del sistema sanitario. Se decidió entonces a quién se salvaba y a quién se dejaba morir.

Una vez que los muertos se contaban por miles, desaparecieron los opinadores, los tertulianos y se preguntó a los expertos. Sí, es verdad, no saben expresarse bien frente a la cámara, pero saben de lo que hablan. Por primera vez en mucho tiempo, se abrió un rayo de luz y se escuchó a los que sabían. ¿Durante cuanto tiempo se les tendrá en cuenta? Me temo que sólo mientras dure la pandemia.

Mientras tanto, esta crisis ha permitido ver lo peor y mejor del ser humano. Nos está mostrando al policía de balcón que muestra su lado totalitario y que cree que el único con derecho a ir por la calle es el rider que le lleva la pizza, al político incompetente que nunca trabajó de verdad o al que recortó los presupuestos de sanidad o de investigación. Pero también hemos apreciado la generosidad de muchos, de unos médicos y enfermeras que se entregaron más allá del deber y que, en algunas ocasiones, pagaron con la vida su valor. Estos son los héroes. Espero que se les escuche cuando, al acabar todo esto, pidan más recursos. La sanidad es un derecho, no un negocio.

Lo curioso es que todo esto ha venido estudiándose desde hace décadas. Nos reproducimos como conejos, nos juntamos en megalópolis con transporte público y nos movemos de una punta a otra del globo frecuentemente. Destruimos y nos adentramos en un medio que contiene microorganismos a la espera de tener una oportunidad de saltar al ser humano. Somos el mejor caldo de cultivo para cualquier virus.

Los expertos advertían de que esto pasaría, que la única incógnita era saber cuándo. Es la ciencia la que tiene la respuesta en estos casos. Es la ciencia la que desmiente los bulos sobre el origen artificial del virus SARS-CoV-2, es la ciencia la que puede permitir encontrar antivirales, la que puede hallar una vacuna, la que te dice cómo reducir el contagio.

Si el ser humano fuese realmente inteligente podría aprender de todo esto muchas cosas; como que las fronteras no paran los virus; que estamos todos juntos en esta nave espacial llamada planeta Tierra; que nuestra mayor amenaza es la ignorancia y la estulticia; que el pensamiento mágico no sólo no te saca de ciertos problemas, sino que los crea y empeora; que muchas veces hay que sacrificar algo para dar respuesta a los desafíos y que desde que unas bacterias se juntaron para formar la célula eucariota, hace más de 1000 millones de años, la respuesta siempre ha sido la cooperación.

La cooperación y el conocimiento es nuestra única tabla de salvación para este y otros problemas que nosotros mismos hemos creado. Las otra opción es la barbarie. O nos salvamos todos o no nos salvamos ninguno. No podemos huir y, obligatoriamente, tenemos que tomar decisiones. Si son malas el Universo puede prescindir perfectamente de nosotros. No hay reemplazo para este planeta Tierra que es nuestro único hogar en el Cosmos.

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30-03-2020  »  NeoFronteras

Comentarios: 9

  1. Miguel Ángel
    30 marzo 2020 @ 11:12 pm

    Mucho de lo que ocurre me retrotrae tres décadas atrás, cuando nos enfrentábamos a la intoxicación por aceite de colza adulterado. Incluso a nivel sanitario: durante los primeros meses hubo que tratar a los pacientes sin saber qué era lo que les estaba enfermando. Entre los medicamentos que se utilizaron entonces tuvieron especial protagonismo los corticoides, conocidos por su poder antinflamatorio e inmunosupresor.
    Alegando ese efecto inmunodepresor, habían sido descartados inicialmente para el tratamiento del coronavirus. Sin embargo, se ha reconsiderado y ahora se utiliza (a dosis altas) para los casos en que la neumonía se complica con una reacción monocito-macrófago desbocada. Esta reacción solo se produce en pacientes predispuestos, y es la que está matando a pacientes jóvenes con historial de enfermedades autoinmunes o asma alérgico grave.
    Y, sí, todo está interconectado: según estudios recientes, los problemas autoinmunes y las alergias podrían estar en relación con nuestro ADN neandertal. Los africanos, al carecer de este ADN, se ven mucho menos afectados por enfermedades relacionadas con la inmunidad. Parece ser que este ADN podría provenir de una sola o unas pocas hibridaciones exitosas hace más de 50.000 años.

    Un gran aplauso por su análisis, maestro Neo.

  2. Dr.Thriller
    31 marzo 2020 @ 6:33 pm

    Qué más se puede decir. Que muchas de las estupideces que se cometen son trampas sociales, pero como tales trampas no son fenómenos naturales, sino humanalos. Los chinos reaccionaron de la forma que lo hicieron porque su contrato social es el que es: un Chernobil se los lleva por delante (parece ser que Fukushima no tuvo el mismo efecto). Son gente inteligente, aprenden y escarmientan en cabeza ajena, tienen los pies en el suelo, de hecho en el comité central y el gobierno abundan ciencias puras e ingenierías, al revés que en occidente donde lo que se ha convertido en agente saturante es la jurisprudencia (y las ciencias magufas): lógico si estás mirándote el ombligo y no la realidad.

    Es que ese es el punto, estamos idiotizados en una burbuja de realidad alternativa, y no adaptarte a la realidad es la autopista a la extinción. No sé si un choque abrupto puede corregir, si acaso en parte, esto, habrá que ver qué pasa, pero en China son los gobernantes quienes a fuerza viven en la realidad, y no todos ni mucho menos (es bastante patente que el papel de los mandarines locales ha sido incalificable), porque como Neo explica perfectamente, la memez a ras de suelo es riada, piroclástica si se quiere. Y no es tema baladí, tienen el sistema educativo que les ha permitido escalar hasta donde están (vigente de 1949) y no parece haber solución para el pensamiento no mágico, sino estúpido y malvado.

    Efectivamente, o nos salvamos todos, o nos vamos todos al infierno. Porque es como va a quedar este planeta para nosotros. Tengo cierta esperanza en la humanidad, y hasta en su estupidez, el problema como dice Neo es que el tiempo es perfectamente neutral, no tenemos más ayuda que la que nos demos a nosotros mismos, y hay una frase de Gorbachov que siempre me ha impactado: la historia no perdona a los que llegan tarde. No es la historia exactamente, que a fin de cuentas es una interpretación humana: es la realidad.

  3. tarso
    1 abril 2020 @ 9:08 am

    Está muy bien pero hay un error de base en el cominezo del artículo. No son los gobernantes los que tomas las costumbres del pueblo, sino que es el pueblo quien imita la idiosincrasia de las «élites».

  4. Miguel Ángel
    3 abril 2020 @ 1:49 am

    Rectifico: una inexactitud: hace cuatro décadas que ocurrió lo del aceite de colza.
    Por lo demás, me sumo a los deseos de la parte final de vuestros textos, queridos Neo y Dr. Thriller. La solución más favorable es la misma a la que se llega en el dilema del prisionero: el modo en que los dos participantes del juego salen más beneficiados es dejando atrás la desconfianza y colaborando.

  5. tomás
    3 abril 2020 @ 11:59 am

    Respecto al tema del virus, siempre he pensado que esa distancia «oficial recomendada» de 1 o 1,5 m no era suficiente, pues la simple exhalación permanece cierto tiempo en el ambiente por estar formada por gotas mucho menores que son capaces de contener los virus. Ayer recibí un was sobre el tema que parece confirmarlo, pero claro, hay que ser prudente, así que voy a enviarlo Miguel por si tiene algo que decir. Es que no soy alarmista, pero sí prudente.

  6. Miguel Ángel
    4 abril 2020 @ 12:16 am

    MI querido amigo Tomás:

    Aunque en menor proporción que las grandes, las gotas pequeñas también contienen virus. Cuando comenzó a extenderse la epidemia la información oficial que se difundió en los medios era que solo las gotas grandes llevaban una carga viral suficiente para que se produjese la infección. Con posterioridad ha sido cuestionado, en el sentido de que inhalar una pocas gotas pequeñas posiblemente no tenga consecuencias, pero la exposición repetida a un numero mayor de gotículas podría llegar a alcanzar una carga viral tan alta como la que vehiculan las gotas grandes. Por lo que hablo con otros compañeros, es la hipótesis más aceptada (también la respaldo).

    Abrazos desde la zona cero.

  7. tomás
    4 abril 2020 @ 8:10 am

    Muchísimas gracias, querido Miguel. Esto me demuestra que la simple razón es poderosa, pero también que hay que asegurarse consultando al experto, al científico, que la sola razón no basta, porque puede ignorar aspectos importantes por falta de información.
    Mil gracias a ti, a tu esposa, a los tuyos que han de colaborarte por la niña y a tus compañeros que se sacrifican por todos nosotros.

  8. Lluís
    12 abril 2020 @ 5:43 pm

    Comparto el contenido del artículo porque, justamente, describe la realidad de todo este suceso y la de los distintos protagonistas. Ahora bien, la sanidad es un derecho.Cierto. Pero no se puede obviar el hecho de que hay que pagar muchas cosas, desde medicamentos a personal sanitario, administrativo, etc.No es gratis.Se paga con impuestos. Pero luego está la parte que podríamos llamar privada, la muy cara tecnología que salva vidas. Las empresas que fabrican esas máquinas no lo hacen, ni lo hacen ni pueden hacerlo, por amor al arte, deben tener unos beneficios, para poder hacer frente a sus costos y retribuir además a los inversores que compran sus acciones. Esto es real como la vida misma. Quizá no guste. Pero el mundo funciona así.

    Claro que resulta muy agradable decir eso de que ‘la sanidad es un derecho, no un negocio’. Pero conviene no engañarse. No hay ‘almuerzos gratis’. En cualquier caso el dinero sale de nuestro bolsillo, o bien mediante impuestos, o bien pagando directamente al sector privado cuando adquieres el bien o servicio de que se trate. En cuanto al nivel de impuestos, esta sería otra discusión.

  9. tomás
    16 abril 2020 @ 10:04 am

    Claro, Lluís. Sabemos que el capitalismo de libertad de mercado nos ha llevado a la penosa situación anterior a la pandemia, con los inmensos rascacielos de Nueva York cimentados sobre los que duermen y mueren en las aceras que los rodean. Ahora, en esta situación, estos caerán a más velocidad, pero el muy liberal y estúpido, -pero listo- Trump perderá tiempo en escribir su nombre en los billetes. Y sé -y él mejor que yo- que la ignorancia entre los USAdos es general e inmensa, así que está aprovechando la crisis para su posible reelección. Yo me rebelo contra esa realidad que expones aunque la sepa cierta.
    Un fuerte abrazo, querido amigo.